



EL CAMPO DE REFUGIADOS
Moria es un campo de refugiados situado en Lesbos, una isla griega. Desde sus costas se vislumbra Turquía, de donde parten muchas de las barcas que llegan a la isla.
En el pasado, el recinto funcionó como cárcel. Actualmente conserva celdas, vallas y concertinas. En 2015, en plena crisis de refugiados, fue habilitada por el gobierno griego como zona de atención inmediata para aquellos que huían de conflictos armados.
SUS HABITANTES
Moria se diseñó para albergar como máximo a tres mil personas. Actualmente, aunque estos datos no son exactos, la cifra oscila entre los o siete mil quinientas y los nueve mil, dependiendo de la fuente de donde procedan: Gobierno Griego, ACNUR y la ONU, entre otros.
Viven hacinados en “containers“ y en tiendas de campaña. En verano, estos habitáculos parecen hornos; en época de tormentas, el agua inunda las tiendas, calando mantas y ropa y haciendo imposible vivir dentro; en invierno, las bajas temperaturas y la falta de abrigo animan a prender hogueras, que en ocasiones han provocado incendios con consecuencias mortales.
El lugar hiede a deshechos. La gente opta por aliviarse donde puede, porque hay un sanitario aproximadamente por cada setenta personas y una ducha por cada cincuenta.
En cuanto a la alimentación, teóricamente hay para todos, pero es de baja calidad, poco variada y de difícil acceso debido a la falta de organización durante la distribución. La picaresca para obtener comida es contínua y la falta de control permite que haya gente que a veces no coma.
LA VIOLENCIA
La violencia se ve, se palpa, se mastica y se siente.
Los habitantes de Moria se agrupan según su origen. A grandes rasgos, y tal y como se nombra allí tanto por residentes como por voluntarios, existe la zona de África, la zona de los afganos y la zona de los árabes. Esta división alimenta el racismo y hace que los prejuicios estén a la orden del día.
Muchas de las personas que allí viven provienen de situaciones de extrema brutalidad, tanto en sus países de origen como durante su viaje a merced de las mafias. Al llegar a Moria, esa violencia no desaparece. Su día a día está lleno de inseguridad: por ejemplo, la simple espera en la fila para obtener la comida puede provocar, desde palabras groseras y violentas, hasta avalanchas por hacerse con el plato del día e, incluso, peleas con apuñalamientos y muertes.
Durante el tiempo que estuve allí, en una de las peleas entre hombres acuchillaron a un muchacho varias veces en la espalda; afortunadamente, ninguno de sus órganos vitales fue dañado. Menos suerte tuvieron unos jóvenes kurdos que, tiempo antes de que yo llegara, murieron en una de las peleas. El vídeo de los cuerpos apilados me lo enseñó uno de los niños desde su “smartphone“.
A los que allí viven se les trata como animales, viven en condiciones deplorables y, como consecuencia, el instinto de supervivencia es el que prima. La violencia es tal, que no solo proviene de los refugiados, sino también de los voluntarios de las organizaciones. El primer día que lo vi, pensé en cuán salvajes parecían aquellos que venían a ayudar, pero una vez te escandalizas descubres con desaliento que tú no sabrías hacerlo mejor.
Allí descubrí que el color blanco o el negro no son válidos. La realidad hay que verla en escala de grises.
SUS TIEMPOS
La estancia en el campo depende de diferentes variables, como el país de procedencia, el número de personas en la familia, si hay o no niños, de si eres soltero o una mujer sola.
La llegada masiva de refugiados, la falta de interés de Europa, la escasez de personal y la lentitud administrativa, ocasionan un cuello de botella que alarga estos tiempos.
Hay personas que llevan allí viviendo más de dos años; esperan sus entrevistas, esas que van a determinar si eres un “refugiado” o si eres un “inmigrante monetario”, con la incertidumbre de si podrán vivir algún día de forma digna en algún país de Europa o del mundo, o si les devolverán a sus lugares de origen.
SU SANIDAD
No hay médicos para todos. La lista de espera es interminable. Ni las ONG, ni los voluntarios, ni el sistema sanitario dan abasto.
La sanidad griega se encuentra desbordada ante la demanda habitual de los habitantes locales unida a la de los refugiados.
El deterioro de la salud física y mental es alarmante y las redes sociales de Médicos sin Fronteras arden con denuncias de la situación allí vivida.
MUJERES Y NIÑOS
Son dos de los colectivos más vulnerables.
En el caso de las mujeres y niñas, la violencia sexual es permanente. Muchas de ellas te hablan de la dificultad de ir a la ducha o al baño solas por el peligro a ser forzadas.
Algunas viven solas en sus tiendas de campaña y muchas de ellas se encuentran en una zona habilitada solo para mujeres. Sin embargo, eso no impide que algunos hombres salten la valla en búsqueda de “alivio”.
El embarazo complica la situación, pues las condiciones no son favorables ni durante la gestación ni después, ya que, tras dar a luz en el hospital, regresan al hacinamiento junto a sus bebés.
Según datos de Médicos Sin Fronteras, un tercio de los habitantes del campo son menores. La malnutrición, las condiciones higiénicas y el hacinamiento hacen que las condiciones de desarrollo de estos pequeños sean adversas.
Desde el punto de vista psicológico, la crueldad, la xenofobia, y las peleas y muertes que rodean la realidad del niño, distorsionan la percepción de su día a día. Esto se ve reflejado en su comportamiento habitual, que intercala la necesidad de atención y afecto con actos crueles, reflejo de los adultos. No sorprende que todas las semanas los servicios sanitarios atiendan intentos de suicidio de niños y adolescentes.
SUS AUTÓCTONOS
Los habitantes de Lesbos están divididos entre los que no aceptan la presencia de estas personas, por ver en ella el origen de problemas como la inseguridad, el colapso de la sanidad, la disminución del turismo o el deterioro de la economía, y aquellos que apelan a la solidaridad y a la creación de puestos de trabajo relacionados con el campo de refugiados.
EUROPA
El acuerdo de 2016 entre la Unión Europea y Turquía dificulta la resolución de sus trámites de asilo y la transferencia de los refugiados de Lesbos al continente europeo.
Por otro lado, de los ciento sesenta mil refugiados que Europa se comprometió a acoger, tan solo se ha dado paso a una cuarta parte. España, concretamente, ha sido sancionada por el Tribunal Supremo.
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Todo lo aquí descrito es lo que yo viví. Son mis impresiones, la realidad que presencié, la prensa leída y aquello que los que allí vivían me contaron. Pido perdón de antemano por mi subjetividad en el relato y los errores que pudiera haber. Fueron mis ojos los que vieron y es mi corazón el que cuenta.
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La Isla